viernes, 16 de diciembre de 2011

Acho es Acho

Esta es una frase que he escuchado repetir desde hace muchos años a viejos taurófilos, amantes de la fiesta brava desde siempre y que guardan un sentimiento muy especial por el significado de la Feria del Señor de los Milagros.

He tenido la oportunidad de estar en la plaza de La Ventas en Madrid, en la Monumental de México, en Colombia, pero el encanto que encierra Acho, el centenario coso del Rímac, la vieja y legendaria plaza de toros que se resiste a morir con el paso del tiempo y pese a la afrenta de sus detractores, es único e inigualable.

La gente que llega a la plaza cada año para la feria es público entendido, cálido, afectuoso, conocedor de la tauromaquia, que no se deja engañar fácilmente con ganado que no responde o con matadores que no cumplen en el ruedo. De ahí que son famosos los “silencios”, tan elocuentes como evidentes, y los famosos “bocineros” que no se guardan una al momento de criticar lo que ocurre en la plaza.

Acho tiene fama también de ser una plaza exigente. Aquí solo llegan matadores precedidos de un excelente cartel. Este año estuvo Enrique Ponce que con sus 40 abriles recién cumplidos, obtuvo el Escapulario de Oro. Y lo mismo podemos decir de Talavante que vino de triunfar en México por todo lo alto y repitió la faena en Acho, no en vano  recibió el reconocimiento del Círculo de Cronistas Taurinos.

Es cierto que comparada con otras plazas, Acho resulta pequeña en tamaño, pero grande en corazón, emoción y sentimiento torero. Quizás la más grande herencia que hemos heredado de la Madre Patria es ese apego incondicional a la fiesta taurina, a la belleza de las mujeres que la engalanan y a ese arte que se derrocha en cada una de sus corridas.

Por todo esto y mucho más, como siempre suelen repetir los viejos y los no tan viejos al momento de referirse a la plaza de toros de Acho: Acho es Acho, con toda su tradición, sus memorables faenas y su gente siempre tan conocedora, tan afectuosa y tan entregada al bello arte del toreo.

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