Pedro Ruiz Picasso fue acaso el más grande artista plástico contemporáneo que pasó de un siglo a otro dejando en sus 90 años de vida un innumerable y variado legado pictórico, sin comparación alguna frente a la dimensión de cualquier otro artista de su tiempo y hasta de la actualidad.
Pero es quizás su incursión en el mundo de la tauromaquia, allá por el año 1934, el que marca su afición, su apego y la más vasta y apreciada producción de cuadros y grabados sobre la fiesta brava, que el pintor malagueño disfrutó junto a su esposa Olga y su hijo Pablo en su visita a las ciudades de Madrid, Burgos y San Sebastián.
Sin embargo, Picasso, amado y odiado por su gran público, bohemio, díscolo e incomprendido, confesó casi al final de su existencia que no se sentía conforme con su obra en cuanto lo que representaba la lidia, los toros, su gente, la plaza y todo la magia y el arte que encierra.
Para sus críticos, Picasso cumplió con creces en su obra, dicen que fue de una gran dimensión, de un gran influjo en las conciencias de la gente de sus tiempos, y también afirman que marcó al aficionado taurino de su época. Picasso no era de la misma idea, pero en 1937, dio a luz una monumental obra que les dio la razón a los críticos.
El Guernica, impresionante mural que retrata el bombardeo del III Reich alemán a la población vasca de Guernica, en 1937, durante la Guerra Civil Española. La imagen principal del mural es la de un toro que se levanta dentro del fragor de las explosiones y la destrucción de un pueblo convertido en símbolo.
Cuentan que cuando los jerarcas alemanes vieron el cuadro, le preguntaron a Picasso si el lo había hecho. Picasso les respondió: “Ustedes lo hicieron, yo solamente lo pinté”. Una respuesta que pintó de cuerpo entero el espíritu rebelde del genio, quien con este cuando no solamente rinde un homenaje a los 120 mil caídos en el bombardeo, sino también a la estampa del toro de lidia y la fiesta brava.
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